“Cuán inadecuado es llamar Tierra a este planeta, cuando es evidente que debería llamarse Océano”

Frase atribuida a Arthur C. Clarke.

domingo, 12 de febrero de 2012

Un día de pesca

Agosto, 5.45 a.m cuesta levantarse. Ayer quedé con Andrés, patrón de embarcación que quizás ya conocéis de la entrada anterior, para acompañarlo en un día de faena con el propósito de sentir lo que es una jornada de pesca. 

- Desayuna bien y no bebas mucha leche, para que te asiente bien el estómago y no te marees - Cosas de madre que, al contrario que otras muchas recomendaciones, decidí seguir, cosas de hijo.

No era esta mi primera experiencia de pesca en embarcación, pero si que sería este mi bautizo en completar una jornada laboral 7 -8 horas en un barco.

Nos encontramos a las 6.30 en el muelle, los otros dos marineros, que durante los últimos ocho años han formado la tripulación del “Pedras de Area”, ya estaban en cubierta preparando todo para zarpar.

Todavía es de noche y parece que no he tenido suerte con el día, hay una espesa borraxeira, y además de esta niebla marina del país, cae un orballo continuo, que gracias a la ropa de aguas que visto no me cala convirtiéndome en un bobo. 


Ya desde tierra puedo observar que otros barcos ya están faenando, esto podría deberse a que salimos con retraso, cosa cierta y que tampoco me preocupa, ya que las horas previstas a pasar en el mar ya me parecen suficientes. Pero dejando a un lado la impuntualidad, que los tripulantes admiten darse solo en el día de hoy, hay que aclarar que cada especie y arte tienen su hora, su momento. En el caso de que fuéramos al congrio con palangre, a la sardina con xeito (si, de aquí viene el nombre del blog), o simplemente a tirar unas líneas para ver si entrase algún chopo o calamar, seguramente la hora de regreso a casa sería aquella a la que hoy es la de salida, ya que son especies a las que parece entrarles el hambre tras la puesta del sol.

Pero según Álex, uno de los marineros, muchos de los barcos que vemos van a las betas, un tipo de arte de enmalle destinado a un pescado “fino y delicado”, es con este adjetivo con el que él califica a besugos y fanecas, que para los entendidos son especies demersales, y que por hábito o capricho, o quizá por capricho habitual son más propicias a enmallar al despuntar el día. Esto obliga a los barcos que se dedican a este arte a tener el aparejo en el agua unas horas antes del amanecer.

Por suerte para mis horas de sueño, el “Pedras de Area” se dedica principalmente a los miños, que pueden dejarse calados de un día para otro, evitando así un mayor madrugón. Este es otro arte de enmalle, pero más resistente, con especies de roca como objetivo, tales como sargos, pintos o maragotas. 

A pesar de estas distinciones, las redes no entienden de teoría, y en la práctica, a la hora de levantarlas, vendrán con lo que haya pasado o estuviera por allí, desde pulpos, centollas, lubrigantes, hasta el botín menos preciado, ristas de algas o estrellas de mar, que nada mas llegar a cubierta vuelven al agua.

En el caso de que venga un pulpo es aconsejable matarlo cuando suba a bordo, ya que es demasiado escurridizo e intentará abandonar el barco a la mínima.







El día anterior se habían dejado caladas siete caceas, piezas de redes de 50 m de longitud y unos 2 m de anchura, en distintos puntos a lo largo de la costa. La dinámica de trabajo consta de dos pasos. La primera maniobra es el levantamiento de las redes, con la ayuda de un pequeño motor la red se sube por babor, mientras en popa se desenmalla y almacena lo que vaya apareciendo.

La segunda maniobra consiste en devolver las redes al agua, arriar el aparejo, cuando se navega sobre el lugar deseado, acción que se realiza a medida que el barco se desplaza de un punto a otro. Pero hoy solo se realizaría la primera, ya que al día siguiente comenzaban las fiestas de la parroquia y no se iría a trabajar, haciendo que todas las redes se fuesen acumulando ordenadamente en el cajón de popa.

La primera levantada parece buena, algunos pintos, maragotas, panchos y rayas, pero lo que mayor sonrisa dibuja en la cara de Andrés  son los sargos y centollas, ya que son las especies que mayor precio alcanzan en lonja.

Pero lo que empezó bien, no continuo. Desde la segunda hasta la quinta cacea, apenas se subió nada mas a bordo, y eso se traducía en una resignación aderezada con improperios inaudibles que, cada vez que las redes aparecían vacías, salían de las bocas de la tripulación perdiéndose en la gris mañana al no tener destinatario concreto. Las gaviotas daban fe de esta situación, ya que solo dos y de manera intermitente nos seguían aprovechándose de los juveniles, presas fáciles que por no dar la talla eran arrojados por la borda.

Había sido avisado acerca de la posibilidad de mareo. Mientras el barco esta en movimiento no hay peligro y los periodos de fondeo, de riesgo en esta materia, no me habían causado mayor malestar, pero había olvidado el "efecto gasoil". Hay gente a la que le gusta el olor de la gasolina, incluso yo de pequeño, por razones que aún desconozco, quería ser “gasolinero”, si es que existe esta palabra para designar al personal que atiende en las gasolineras. Pero a día de hoy este ya no es olor de mi agrado y el caso fue que mientras observaba como se desenmallaba en popa, los efluvios del motor empezaron a jugar con mi estomago.

Se lo que estáis pensando y la respuesta es negativa, como bien dicen los sabios del puerto “no hay nada como la miga de pan para el mareo”, así que volví a proa y le pegue un par de mordiscos a un bocadillo de chorizo que, como buen previsor y conocedor de la receta que acabo de comentar, me había traído de casa.

El caso es que, como buen remedio popular, funcionó, y tras media hora de estoica lucha interna para que nada de dentro de mi fuese por la borda, me sentí mejor. A la vez que esto ocurría he de decir que los tres de la tripulación en vez de tomar bocadillos de chorizo regaban generosamente sus estómagos con cerveza y el pitillo era constante en la boca de algunos. Supongo que en víspera de festivo se podrá hacer excepción a lo de "si bebes, no conduzcas".

Ante esta situación mi hombría se había visto un poco perjudicada y no hacía mas que llamarme internamente marinero de agua dulce. Por suerte todos los veteranos han sido primerizos y las palabras de Álex me reconfortaron.

- Te mareaste?
- Si, un poco, el olor del gasoil.
- Ya, yo cuando empecé me pasaba lo mismo, pasé un primer mes muy malo, luego te acostumbras.

Las últimas dos levantadas maquillaron un poco una jornada, que luego en palabras de una persona objetiva, no fue tan mala. Al menos se llenó una decena de cajas como esta.

 
Pasadas la una del mediodía pusimos rumbo a puerto, el día había despejado, yo me había recuperado y las gaviotas ya no escoltaban el barco al haber parado de faenar. Quedaba atracar y llevar las capturas a la lonja para su venta.

1 comentario:

  1. Muchas de las veces las cosas de madre, suelen esconder una experiencia, que la da los años vividos

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